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29 de mayo de 2015

"Por qué una mujer no es como un físico" de Suzette Haden Elgin


Aquí tenéis un muy interesante artículo de Suzette Haden Elgin (la autora de Lengua materna y La rosa de Judas) sobre mujeres y ciencia ficción, realidad y lenguaje. Mi agradecimiento a Margarida Castells Criballés, que ha hecho gentilmente la traducción del texto. Leedlo despacio que es denso y profundo. 


SUZETTE HADEN ELGIN, “Why a Woman Is Not Like a Physicist”  (WisCon 6, March 6, 1982)

Por qué una mujer no es como un físico

Traducción: Margarida Castells Criballés

Voy a hablar de realidades. Dios sabe que la que tenemos es bastante extraña, pero no es de esto de lo que trataremos, sino de lo que una realidad es.
            Para una ameba debe ser algo muy diferente, ya que una ameba, en apariencia, experimenta la realidad directamente, sin la intervención de ningún filtro; los seres humanos, en cambio, no lo hacemos así. Nosotros experimentamos la realidad a través de un cierto número de filtros cognitivos y perceptivos que nos protegen de una especie de sobrecarga de nuestros circuitos y, después, expresamos esa percepción de la realidad mediante una serie de enunciados.
            Así pues, para el ser humano, la realidad es una simple serie de enunciados. Una cultura se desarrolla cuando un grupo acuerda que una determinada serie de enunciados compartidos –su serie de consenso– representa el mundo real. La serie americana actual contiene enunciados como los siguientes:
·       Ronald Reagan era un actor de cine
·       Las montañas son más altas que las llanuras
·       Los dioses no te dan tres oportunidades
·       Ya  nadie se fija en las costuras rectas
Etcétera. Un término común para designar una serie de enunciados de este tipo es “paradigma”, pero implica unas connotaciones de regularidad y de elegancia que el término “serie” no transmite. En general, utilizaré el término más neutral.
Dentro de una cultura, existen subseries de enunciados especializados. Puede haber una subserie para el cazador, una para el catador de vinos, una para la bailarina, etc., y esas subseries no siempre son significativas para el no especialista; ahora bien, si un especialista, del ramo que sea, no acepta todos, o casi todos, los enunciados de la serie de consenso, no se puede decir que el especialista en cuestión forme parte de la misma cultura. Éste es un problema que los físicos de hoy tienen: les cuesta encontrar alguien con quien hablar. Sin embargo, los físicos tienen el privilegio de poder hablar entre ellos, tienen claro qué es aquello de lo que quieren hablar y saben de qué manera sus intentos de comunicación difieren (o derivan) de los enunciados de la serie de consenso. Las mujeres no disponen de este lujo y eso, precisamente, es lo que trataré de explicar a continuación.
Según George Miller, si queremos entender lo que alguien dice, primero debemos creer que lo que dice es verdad y, después, intentar imaginarnos a qué verdad se refiere. Miller afirma: “Por lo que respecta a los seres humanos, debemos asumir que lo que dicen es verdad y, acto seguido, intentar imaginar qué serie de enunciados sobre la realidad es necesario que suscriban para que eso sea verdad”. Un ejemplo lo ilustrará: todos hemos tropezado alguna vez con la figura del bibliotecario poco dispuesto a ayudar y, con el fin de entendernos y comunicarnos con un bibliotecario cuya primera aserción es: “¡Ah, no!; ¡usted no puede sacar este libro!”, debemos asumir que esto es verdad –que, efectivamente, no podemos sacar el libro– y, así, nos percataremos que la serie de enunciados que suscribe no incluye: “Una biblioteca es un lugar donde los libros se distribuyen de la forma más amplia posible”, sino más bien: “Una biblioteca es un lugar donde los libros se guardan y en un orden perfecto”. Por lo tanto, en el contexto de este segundo enunciado (en este fragmento de realidad), el hecho de sacar libros fuera de la biblioteca es una cosa que el bibliotecario procura que no pase. Tendremos que poner en práctica la misma estrategia cuando nos digan que debemos hacer algo absolutamente idiota porque “hay que hacerlo”, y no llegaremos a ningún lado asegurando que no hace falta hacerlo. Debemos asumir que hay que hacerlo, sí o sí, y después intentar imaginar la serie de enunciados que hacen posible que una cosa tan idiota sea verdad. Si podemos introducirnos en la realidad de la persona que impone el requisito, utilizando alguno de sus enunciados de realidad, entonces tendremos alguna esperanza de comunicarnos con ella.
Hoy en día, aprendemos sobre realidades sobre todo a partir de los media, y hago uso de este término en el sentido que Marshall McLuhan lo utilizó, aunque aquí me centraré en los medios de comunicación de masas: televisión, cine y prensa. A la serie de enunciados que constituyen la realidad de consenso, me referiré con la sigla C.
Gene Youngblood ha dicho que, para preservar una determinada realidad, (incluyendo C), ningún medio está obligado a decir cosas buenas sobre ella, a argumentar en su favor, a darle apoyo ni a nada parecido. Lo único que un medio debe hacer para preservar una realidad determinada es no proponer ninguna alternativa –Si en toda nuestra vida no hemos conocido otra cosa comestible que el pollo asado o las coles de Bruselas, nunca se nos ocurrirá pedir fresas. La única cosa que la televisión, o cualquier otro medio audiovisual o impreso, debe hacer para apoyar a C es, simplemente, continuar presentándola como si no hubiese otra realidad posible. Los medios, si procede, pueden argumentar en su contra, siempre y cuando lo único que hagan sea justificar convenientemente lo argumentado en contra antes que presentar una alternativa.
En este contexto, la pregunta “¿Qué quieren, en realidad, las mujeres?” deja de ser una frase recurrente. A lo mejor es una pregunta que no puede ser contestada dentro de nuestros marcos de referencia habituales. Una mujer sólo puede expresar lo que realmente quiere en forma de enunciados del lenguaje que utiliza y, por lo tanto, tenemos que imaginar a qué verdad hacen referencia estos enunciados. Entonces, a pesar de que una mujer pueda intuir que hay algo muy equivocado en la realidad que tiene, y por más que sea capaz de expresar cada aspecto de esa realidad[1] con toda suerte de detalles, eso no la ayudará demasiado a responder la pregunta. Lo que tendría que haber podido decirnos es lo que preferiría en lugar de esa realidad, tengámoslo en cuenta.
La ciencia ficción, incluyendo la literatura fantástica, ha ofrecido a las mujeres una oportunidad extraordinaria: la posibilidad de ofrecer modelos alternativos de realidad y que sean evaluados por otras mujeres. La función de un modelo de estas características es, para empezar, advertir a los peces que están en el agua y, luego, sugerirles que quizá hay otro lugar donde preferirían estar. Hasta ahora, con este propósito, las mujeres han utilizado la ciencia ficción de dos maneras. Primera: han descrito una realidad alternativa M en que M = matriarcado. C afirma que “Las mujeres son inferiores a los hombres”. M afirma que “Las mujeres no son inferiores a los hombres; los hombres son inferiores a las mujeres”. Formalmente, la característica +[MACHO] se reescribe como característica +[HEMBRA] en el contexto PODER. Segunda: las mujeres han presentado la androginia (realidad A) como una realidad alternativa. A afirma que “Las mujeres no son inferiores a los hombres y los hombres no son inferiores a las mujeres; mujeres y hombres son iguales”. Formalmente, la serie de características +[MACHO]  =[HEMBRA] se reescribe como inválida en el contexto PODER.
            Fijémonos, por favor, en el hecho que ninguna de estas opciones supone un gran cambio. Formalmente, una serie de enunciados es una lista lineal[2]. De todas maneras, en el mundo real y dentro de la mente humana, la serie de enunciados incluidos en C constituyen un sistema dinámico, un equilibrio. Así que cualquier cambio en algún enunciado de la serie, por mínimo que sea, afecta al resto de enunciados.
Las mujeres que han explorado M y A han hecho un pequeño cambio, a modo de prueba de lo que podría pasar, y es muy posible que otras mujeres, al leer estos modelos, estas descripciones de realidades alternativas, hayan pensado: “¡Sí!, esto es lo que siempre había querido y hasta ahora no lo sabía”. Y, por supuesto, no estoy menospreciando ninguna de estas alternativas.
Ahora bien, hay una tercera alternativa que, desde luego, no tiene nombre y a la que me referiré como realidad O[3]. O afirma: “Las mujeres no son inferiores ni superiores a los hombres, ni tampoco iguales: son radicalmente diferentes de los hombres”. Así es O, la extraña tercera clase de realidad, que, hasta allá donde yo sé, no se ha utilizado nunca en ciencia ficción ni en ningún otro campo.

Habiendo llegado a este punto, la cuestión es “¿Por qué no?”. Se trata de la obvia tercera alternativa, por extraña que parezca. Entonces, ¿por qué no se ha utilizado?
Existen un par de razones importantes.
En general, cuando queremos construir una realidad alternativa –o incluso un lugar alternativo dentro de una realidad–, empleamos el mecanismo de la metáfora. Una metáfora es una serie de enunciados que constituyen una realidad limitada L. Hay diversas posibles L y ninguna de ellas coincide exactamente con C, pero todas son suficientemente similares a C, en un suficiente número de maneras, de modo que la gente pueda imaginar de qué realidad trata la serie de enunciados contenidos en L, puesto que se pueden establecer correspondencias entre L y C.
Partiendo de la percepción de un objeto concreto, por ejemplo un váter, podemos inferir de inmediato una serie completa de otros objetos concretos, como paredes, techo, suelo y una puerta que se cierra con pestillo[4]. Asimismo, a partir de un único enunciado podemos inferir el resto de enunciados de una metáfora. La metáfora del ‘Viejo Oeste’ ha sido codificada e integrada en la cultura americana, de forma que si oímos que LVO contiene el enunciado: “Los vaqueros no maltratan nunca a los caballos”, podemos inferir inmediatamente que también contiene: “Todas las dueñas de salón tienen el corazón de oro” y “Sea de lo que sea, siempre hay más”. Lo cierto es que podemos poner en marcha un gran número de americanos sólo gritando: “¡Caravana!, ¡adelante!”[5]
Empleando el mecanismo de la metáfora, M afirma que “La realidad de la mujer es igual a la realidad del hombre, solo que con los valores de género invertidos”. A emplea el mecanismo de la metáfora afirmando que “La realidad de la mujer es igual a la realidad del hombre, solo que los valores de género son irrelevantes”. O afirma que “La realidad de la mujer no es igual a la realidad del hombre”, y, en consecuencia, se ve obligada a proporcionar una serie completa y totalmente nueva de enunciados, los enunciados que deberían representar la realidad O.  Es justamente ahí donde radica la gran dificultad de las mujeres y es ahí, justamente, donde radica el gran potencial no realizado de la ciencia ficción, dado que el único mecanismo del que disponemos para expresar nuestras percepciones de la realidad es el lenguaje, y el único lenguaje del que disponemos las mujeres es el construido por los hombres, modelado por los hombres y controlado por los hombres, desde su origen. No se ha registrado ninguna otra clase de lenguaje en ninguna sociedad humana y, si alguna vez durante la historia del mundo hubo algún otro, se ha perdido para siempre.
No existe un vocabulario, ningún repertorio léxico, para la realidad O, ni tan siquiera un nombre para designarla, tal como existe uno para A (androgínia) y uno para M (matriarcado).
Pensemos, cuando menos, en la proliferación increíble de vocabulario utilizable a la hora de hablar de armas. Una ‘arma’; sí, eso ya es un nombre, pero no resulta suficiente. La más mínima, la más minúscula diferencia en el aspecto físico de un arma autoriza a crear un nombre totalmente nuevo y preciso[6]. Por el contrario, la menstruación –una experiencia de importancia capital para las mujeres– sólo tiene uno, y es casi imposible pronunciar la maldita cosa con el sistema fonético del inglés. No se admite que haya experiencias diferentes de menstruación, con características diversas; para ello, no hay un vocabulario disponible. Necesitaremos un vocabulario si queremos construir una serie de enunciados que representen una nueva realidad.
Pero éste no es el único problema. Veamos, siempre que nos servimos de un lenguaje, transmitimos –junto con el vocabulario y la sintaxis– todas sus presuposiciones: todos los significados que cada aseveración de este lenguaje comporta, estén o no presentes en la superficie de la aseveración.
Así, por ejemplo, uno de los enunciados de la realidad del hombre es que “Ninguna experiencia basada solamente en la introspección es una evidencia válida”. En consecuencia, pensamos: “Muy bien. En mi realidad de mujer, toda experiencia basada solamente en la introspección es una evidencia válida”. Pero en el momento en que pensamos eso, forzosamente estamos integrando y aceptando un enunciado a partir de la realidad del hombre: “La validez de una experiencia como evidencia está determinada, al menos en parte, por la presencia o ausencia de introspección como única prueba”, y no podemos ir más allá; es algo que está construido en el lenguaje y, además, proporciona una clase diferente de soporte a quienes mantienen que el patriarcado –el status quo– es el único orden ‘natural’[7].
Hasta ahora, a las mujeres no les ha sido posible escribir ciencia ficción más que empleando el vocabulario de los hombres, la sintaxis de los hombres, la semántica de los hombres y las presuposiciones de los hombres. Hasta ahora, las mujeres no han podido aprovechar las ventajas de la ciencia ficción como medio para que O sea evaluada por otras mujeres. A diferencia de los físicos, las mujeres no saben exactamente en qué puntos su realidad es divergente de C, ni tampoco en qué puntos concretos de la serie de enunciados tienen lugar las divergencias; encima, ni tan sólo pueden hablar adecuadamente del tema entre ellas.
Es muy fácil decir: “¡Ah!, perfecto, pues abandonaremos el lenguaje. Haremos uso de la danza, la escultura, la pintura, la música instrumental, las artes...”. En nuestra cultura, desgraciadamente, eso sirve de muy poco en términos de producir un cambio. Las bellas artes no están al alcance de la mayoría de mujeres a través de los medios de comunicación de masas. Sólo son accesibles para las mujeres de clase alta, las de la élite, las que han recibido educación superior, viven de manera relativamente confortable y no tienen motivaciones demasiado fuertes para producir cambios reales en el status quo. No están al alcance de aquellas mujeres para las que las partes de C contenidas en la música country o las novelas románticas de Harlequin representan el mundo real. Mientras eso sea verdad, los enunciados sobre realidad hechos fuera del lenguaje y a través de las artes no serán capaces de generar un cambio, ya que no llegarán a la gran mayoría de mujeres, que no podrán mirarlas o escucharlas y pensar: “¡Oh, sí!, eso es justo lo que siempre había querido; ¡si lo hubiera sabido antes!” Para la mujer que se pasa todo el día de pie, y durante seis días a la semana, despachando en Woolworths, la que vuelve a casa al anochecer y debe hacerse cargo de tres criaturas, la que se pasa el domingo preparándose para hacer otra vez lo mismo durante seis días más; para esta mujer, el único medio accesible de expresión es el lenguaje. Ésta es, quizá, la razón por la que algunas feministas han sostenido que la única tarea esencial que las mujeres deben enfrentar es la construcción de un nuevo lenguaje. En este nuevo lenguaje, se podría escribir ciencia ficción y todas las mujeres la podrían entender. La cuestión es: “¿Podemos hacerlo?, y, si es así, ¿cómo?”
George Leonard dijo: “... Atención. Cualquier intento serio de incluir fenómenos no familiares en un ámbito verbal dado puede cambiar la percepción de la realidad dentro de ese mismo ámbito”[8]. “Atención”, advierte, y tiene mucha razón. Por ejemplo, es cierto que aquellas mujeres –y hombres– que han recurrido a la ciencia ficción como vehículo para la descripción de M y A han modificado con ello la realidad tal y como la conocemos, por lo menos en grado suficiente para permitirnos entrever O.
No obstante, percibir O es una cosa, y escribirla, describirla de manera que otros puedan percibirla, es otra muy distinta. Hace falta crear un vocabulario, una sintaxis y todo el resto. Ahora, me propongo hablar exclusivamente de la etapa de creación de vocabulario, pero lo que planteo debería entenderse como una estrategia útil para todos los niveles de la tarea.
La llave que me permitió superar la fase del ‘no-sé-como-hacerlo’ se encuentra en la magnífica obra de ciencia ficción de Douglas Hofstadter: Gödel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid[9], en cuya página 73 se dice: “Al empezar a relacionarnos con una serie infinita... los agujeros creados aislando una subserie pueden ser muy complicados de definir explícitamente”. Esta frase, para mí, fue como el agua en la bañera de Arquímedes. Lo único que tenía que hacer era adoptar la metarealidad como mi ‘serie infinita’ y, de este modo, podría ver hacia dónde ir y cómo proceder. Sin embargo, puesto que no soy hombre, no estoy tan entusiasmada con la idea que el hecho de aislar fragmentos de una infinidad produzca agujeros. Como sea, pienso que podemos dejar eso de lado y considerar el asunto como sigue.
La tarea: Después que los hombres hayan extraído un fragmento de aquí y un fragmento de allá de la metarealidad, les hayan puesto nombres, hayan decretado que estos fragmentos son la realidad y que eso es todo lo que hay, ¿cómo lo haremos para expresar nuestra percepción de lo que han dejado atrás?
La metarealidad es una sustancia completa e indiferenciada, una unidad continua e infinita. Sobre esta sustancia, los seres humanos imponen distinciones sirviéndose de la cognición y la percepción como mecanismos para ‘encontrarlas’ y el lenguaje como mecanismo para expresarlas. Este proceso modela figuras en el fondo semántico; de golpe, ‘descubrimos’ que estas figuras están ‘allí’ y que darles un nombre es una función mayor del lenguaje[10]. Doy por hecho que todos los humanos, machos o hembras, tienen acceso a la misma metareadad, lo que, por cierto, no es nada trivial, que quede claro, pero que es necesario asumir en el momento de examinar la hipótesis.
Si las percepciones de las hembras son realmente diferentes, el único lugar para buscarlas es en el fondo; es decir, en lo que quedó atrás cuando los hombres establecieron y nombraron las figuras. La exposición más exacta de esta distinción figura/fondo se encuentra, sin duda, en Gödel, Escher, Bach, al que os remito sin reservas. El ejemplo más accesible de la percepción del fondo como figura se encuentra en el mundo de Escher; es más fácil poner ejemplos a partir de su trabajo que no ponerlos partiendo de Bach, porque, mientras que casi todo el mundo puede ‘leer’ figuras, no todo el mundo puede leer música[11].
En aquellas obras de Escher que nos permiten percibir el fondo como figura, y a la inversa, encontramos dos tipos primordiales:
El tipo en que el fondo es la inversión de la figura (p.e.: la figura son cangrejos negros y, el fondo, cangrejos blancos [Crab Canon de M. C. Escher])
El tipo en que el fondo no es únicamente la figura con alguna característica distintiva inversa (p.e., el color), sino algo completamente diferente (p.e., la figura son peces y, el fondo, pájaros [Sky and Water de M. C. Escher])
Observemos que, en el segundo tipo, la cosa-completamente-diferente es siempre la misma-cosa en el conjunto de la obra, y que ha sido elegida a partir de la serie de cosas que ya tienen nombre. Observemos también que en ambos tipos, 1 y 2, obtenemos series de parejas fijas en relación directa. Eso es válido también para aquellas obras de Bach que nos permiten el mismo tipo de percepción; por ejemplo, en las fugas. El proceso análogo a la transformación gradual de Escher de fondo en figura y de figura en fondo se realiza, en Bach, mediante modulaciones.
He dicho antes que un nuevo lenguaje para las mujeres debe buscarse en el fondo, y me complace que [en inglés] el término ‘fondo’ tenga otro sentido, el más habitual: la tierra que está bajo nuestros pies, el suelo vivo. Es un lugar apropiado de búsqueda para las mujeres, y no sólo porque nosotras, a menudo, estamos más cerca de él que los hombres.
Si lo que encontramos en nuestra búsqueda es la simple inversión de lo que los hombres han encontrado, la formación de nuestro nuevo lenguaje será relativamente simple. A toda cosa identificada por la realidad de hombre podemos llamarla [cosa]m y, así, toda cosa en nuestra nueva realidad de mujer pasa a ser [cosa]f. Un [pez]m de la realidad de hombre se convierte en [pez]f de la realidad de mujer, inverso por alguna característica distintiva. En Escher, la característica inversa es el color; en nuestro nuevo lenguaje, tal vez lo sea nuestro género sexual. Esto es fácil de hacer formalmente, pues se trata de una sencilla operación formal aplicable en general. Pragmáticamente, sería mucho más difícil, debido a que la característica diferenciadora puede no haber sido convenientemente codificada para nosotras en el lenguaje existente. Es decir, [hermano]f ya está codificado para nosotras como ‘hermana’, pero no tenemos lexicalización para [árbol]f o [derecho]f. Aún así, podemos imaginar cómo hacerlo, y podemos hablar de ello.
La siguiente posibilidad –que las mujeres perciban no sólo el inverso de una figura, sino algo diferente– es, también, una operación formalmente simple. Formalmente, el [pez] de la realidad de hombre pasa a ser [PEZ] en la realidad de mujer, y así sucesivamente para cualquier percepción. De todas maneras, los problemas impuestos por el lenguaje y la lógica actuales son mucho mayores, ya que el término [PEZ], de entrada, incluye toda cosa que no sea [pez]. Por consiguiente, según la lógica y el lenguaje actuales, [PEZ], [ÁRBOL], [HERMANO], y así ad infinitum, pasan a ser sinónimos. El lenguaje, en primera instancia, devolvería toda cosa percibida por las mujeres al fondo indiferenciado.
Una posible salida para este tipo 2 del esquema de Escher sería: pez=figura; pájaro=fondo, siempre aparejados de esta manera. Los aparejamientos podrían resultar bastante arbitrarios (como las parejas de antónimos en el lenguaje ritual de los walbiri de Australia), pero serían parejas fijas. A cada percepción codificada extraída del fondo, las mujeres deberían darle un nombre. Podemos imaginar cómo hacerlo, y podemos hablar de ello.
Advirtamos, asimismo, que en la inversión simple (de [cosa]m en [cosa]f), la percepción de hombre dicta la forma de la percepción de mujer; eso es lo que pasa en LI, que es una expresión posible de esta inversión. En el segundo sistema (de [cosa] a [COSA]) ninguna percepción determina la otra: están mutuamente determinadas. El pez está ahí porque su forma hace el pájaro; el pájaro está ahí porque su forma hace el pez; ninguno es dominante. A es una manera de expresar esta alternativa y ambas, LI y A, establecen relaciones de parejas fijas.
Cabe una tercera posibilidad: aquella en que, en el lenguaje de mujer, lo que se encuentra en el fondo y se transforma en figura no conforma una relación binaria de pareja fija –ya sea la inversa o cualquier otra–  con otra figura que, en el lenguaje de hombre, ya ha sido identificada y codificada como un nombre (sobre todo, no nos engañemos por las connotaciones de la palabra ‘nombre’ en el hecho de nombrar: la distinción nombre/verbo tiene lugar con posterioridad a su percepción como ‘palabra’). Esta alternativa es imaginable, pero requiere de una vigilancia constante. La atracción del paradigma patriarcal es casi irresistible y continuamos ‘descubriendo’ relaciones de pareja fija a medida que nuestro cerebro escanea buscando patrones.
Puede que este procedimiento sea inherente al cerebro humano. Si es así, resulta ineludible y, entonces, la tarea de formar un lenguaje de las mujeres se reduce a una de las dos primeras alternativas; puede ser, pero yo me resisto a darlo por hecho. Para empezar, me dedicaré a investigarlo, ahora que –gracias a un cierto número de autoras y autores de ciencia ficción, y a Douglas Hofstadter– ya sé dónde situar la búsqueda de la realidad O. Os haré saber lo que encuentre[12].

REFERENCIAS
Leonard, George B., “Language and Reality”. Harper’s, noviembre 1974, p. 64-52.
Miller, George, “Giving Away Psychology in the 80’s” (entrevista de Elizabeth Hall). Psicology Today, enero 1980, p. 38-50.
Youngblood, Gene, “The Mass Media and the Future of Desire”. Coevolution Quarterly, invierno 1977-78, p. 6-17.

© 1982 Suzette Haden Elgin



[1] Ver, por ejemplo, Marilyn French: The Women’s Room.
[2] Evidentemente, es posible imponer una jerarquía sobre esta linealidad, pero la formalización pronto pasa a ser indescifrable ante cualquier intento de conseguir idoneidad.
[3]  “X”, “Y”, “Z”, “Q”, “W” y “R” son las variables masculinas; empleemos “O” esta vez.
[4] Especialmente una puerta que cierra con pestillo.
[5] El presidente Kennedy, que fue nuestro último presidente con éxito como comunicador nato, lo comprendió muy bien. Kennedy entendió la eficacia de las metáforas para el poder. A su administración, la llamó  la ‘Nueva Frontera’, sabiendo que así la gente inferiría cosas como  “Sea de lo que sea, siempre hay más” y, por ello, trabajaría con mayor comodidad y eficiencia. El presidente Reagan lo está intentando, pero lo intenta combinando LVO con LIB (la realidad limitada del Imperio Británico), y no funciona. Sería probablemente más simple si nuestros políticos siguieran el excelente ejemplo de Stewart Brand y, a sus administraciones, las denominaran “la Última Nueva Frontera”, “La Próxima Última Nueva Frontera”, “La Más Próxima Última Nueva Frontera”, etcétera; pero quizá han subestimado la tolerancia del público.
[6] El diccionario The New American Roget’s College Thesaurus (1962) ofrece una lista de 240 palabras en la entrada “arma”, y seguro que mucha gente de la Society of Creative Anachronism podría doblarla.
[7] La sociedad de mi trilogía de Ozark es pseudopatriarcal; por ende, no constituye ninguna excepción.
[8] Disculpadme por el hecho de que todas mis citas provengan de hombres.
[9] GEB es un libro de ciencia ficción en que, al revés de la mayoría de obras de ciencia ficción, tiene más peso la ciencia que la ficción. En todo caso, la incorporación de los diálogos la sitúa plenamente dentro de nuestro género y nos remonta, por lo menos, hasta el mundo no dicotómico de Galileo y otros compositores de diálogos. [N de la T]: Hofstadter, Douglas R., Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle. Traducido por Alejandro López y Mario Arnaldo Usabiaga. Barcelona: Tusquets, 1989 (3ª ed.).
[10] Eso es lo que hacemos cuando ‘vemos’ figuras en nubes, llamas, marcas en la madera o manchas de tinta; la diferencia es grande, ya que vemos cosas que han sido percibidas y nombradas a priori, pero la imagen funciona como analogía.
[11] Mi nivel en matemáticas no es tan bueno como para decir qué elemento, en los trabajos de Gödel, es el equivalente a figura y fondo entre Escher y Bach, pero lo asumiré en base a lo que conozco y al trabajo que Hofstadter llevó a cabo.
[12]  Estoy preparando dos libros sobre el tema de este artículo: uno es teórico y, el otro, una novela.