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12 de abril de 2011

"EL OTRO FUEGO", DE INÉS MENDOZA

(Este comentario lo ha escrito Ana Aneiros, participante en  mi taller Literaturas Fantástikas y otras, y una gran amante de la literatura. Gracias, Ana!)

Ya nos lo advierte Eloy Tizón en el prólogo: los cuentos de Inés Mendoza están construidos sobre el lenguaje, desde el amor a las palabras. No son cuentos que nos pasen por delante como una película, sino que nos entran por los oídos como si nos los contaran en la cama, alrededor de una hoguera o en la barra de un bar, como se han contado siempre las mejores historias.

La voz de Inés es potente, nos engancha y unas veces nos arrastra y otras nos guía suavemente a lo largo de todo el libro, manejando los tiempos de la narración según conviene en cada momento. Es también el contrapunto cálido y luminoso a tanta oscuridad como puebla sus relatos. Porque los relatos de este libro son oscuros, por más que el sol brille en sus jardines. No hablo de la oscuridad de la noche en que se desarrollan algunos de ellos, sino de la oscuridad del deseo que traspasa a los protagonistas. El deseo de ser otro, de una nueva vida, de otros cuerpos y otras experiencias, esa oscuridad aterradora que nos habita y de la que no podremos librarnos hasta que decidamos instalarnos en ella. Porque así funciona el deseo: es el motor y el vehículo, pero no puede ser nunca la meta. Los personajes de Inés nunca llegan a materializar su deseo, sino que se quedan ahí, instalados en él, en ese camino “hacia algo”.

Otro de los temas fundamentales del libro es la pregunta por la identidad, ¿quién soy yo?, ¿que es lo que me define? y, sobre todo, ¿quién es el otro? Y lo hace desde planteamientos claramente surrealistas, como en “Un hombre con sombrero negro” o desde otros más convencionales como en “Origami” o “Motivos del sábado” (¿en esto me he convertido?) y “A pesar de la lluvia” o en el juego de la bisexualidad que se da mediante la alternancia entre narradores y narradoras, los juegos eróticos en grupo o una apuntada transmutación en “Estación del destierro”. Las identidades de los personajes se construyen y deconstruyen muchas veces a través del lenguaje y, en ocasiones, a través de los elementos fantásticos que abundan en el libro.

Si Todorov definía lo fantástico como esa línea de sombra entre lo extraño y lo maravilloso, en la que aún no se sabe muy bien de qué lado va a caer la moneda, personalmente estoy más de acuerdo con David Roas y otros teóricos que sitúan lo fantástico en la irrupción de lo preternatural en lo cotidiano, ese elemento subversivo de la realidad que hace que se tambaleen nuestros esquemas y pone en suspenso nuestra percepción de lo que nos rodea. Definido así, algunos de los cuentos de Inés Mendoza son claramente fantásticos, puesto que en un mundo absolutamente verosímil y cotidiano (unas niñas jugando en lo alto del acantilado, unos desconocidos en un funeral), introduce ese elemento que subvierte la realidad, a veces con una sola frase que nos empuja directamente al otro lado del espejo.

En cualquier caso, si bien no todos los cuentos del libro son fantásticos en sentido estricto, ninguno es realista, al menos no realista al uso. Todos ellos están poblados de cocodrilos saliendo de los armarios e hipopótamos bailando claqué. Porque de eso se trata la literatura, según Inés, y yo lo suscribo plenamente: sí, quiero que me hablen de mí, de mis deseos, de lo que soy y no soy, de lo que podría ser y no debería ser nunca, pero para que me enseñen mi vida (o cualquier otra) fotografiada minuciosamente, me ahorro el esfuerzo de leerla.

En definitiva “El otro fuego” es un libro lleno de buenas historias bien contadas, donde las cosas no siempre son lo que parecen, que nos hace repensar-nos eso que llaman realidad y en el que cada palabra se saborea como un bombón de licor, dulce y relleno de sorpresas.